(Versión en English)
El Acuerdo sobre el Cambio Climático de París marca un logro diplomático histórico. El cambio climático constituye un problema mundial. Muchos veían difícil poder resolver un problema mundial, puesto que los beneficios del recorte de las emisiones se cosechan en todo el mundo, mientras que los costos se asumen a título nacional, por lo que el interés individual de los distintos países podía impedir que se alcanzase un acuerdo significativo. París demuestra lo contrario: el surgimiento de una coincidencia de propósitos a escala mundial.
El núcleo del acuerdo lo conforman los compromisos y calendarios de reducción de las emisiones de cada país, presentados por 186 naciones. Asimismo, el acuerdo establece los procedimientos para la actualización y evaluación de los avances hacia la consecución de dichos compromisos nacionales. Los gobiernos se verán sometidos a una presión social considerable para cumplir lo prometido. ¿Qué pueden hacer para conseguirlo? Como sostenemos en nuestro nuevo estudio, lo fundamental es la adecuada tarificación de la energía.
Dar con los precios correctos
Según estimaciones del FMI, los precios energéticos no cubrieron los costos reales del uso de energías derivadas de combustibles fósiles —los costos de suministro y los daños que el consumo energético causa a las personas y al medio ambiente— y cobraron de menos un total de USD 5,3 billones (el 6½% del PIB mundial) en 2015. Esta estimación de los subsidios energéticos mundiales permite hacerse una idea de la magnitud de los costos no tarificados que el consumo energético impone a la economía y el medio ambiente. El calentamiento del planeta representa aproximadamente el 25% de los subsidios mundiales. El 75% restante engloba los efectos sobre la salud de la exposición a la contaminación atmosférica en espacios abiertos, así como lo cobrado de menos por los efectos secundarios locales (por ejemplo, la congestión) de los vehículos a motor, los costos de suministro de energía y los impuestos generales sobre el consumo. Asimismo, en su mayor parte, los beneficios que genera la reducción de estos efectos a través de una reforma de los precios energéticos se observan en el país que aplica dicha reforma. Lo bueno es que esto significa también que dar con los precios energéticos correctos a nivel nacional queda ampliamente justificado desde el punto de vista del simple interés individual de cada país.
Tarificar el carbono forma parte de dar con los precios correctos
El quid de la cuestión es que no se cobran a empresas y hogares las consecuencias ambientales de sus emisiones, principalmente de dióxido de carbono (CO2) procedente de la quema de combustibles fósiles. Por tanto, resulta de vital importancia establecer una tarifa adecuada para estas emisiones.
La tarificación del carbono es el camino a seguir. El mecanismo de precios engrana todo el poder del ingenio humano para explorar todos los márgenes de mitigación posibles: reducción del consumo de energía; sustitución de formas más sucias por otras más limpias para generar energía y, por último, aunque no menos importante, fomento de la innovación y el cambio tecnológico.
Además, en nuestra opinión, los impuestos suelen ser la mejor forma de aplicar la tarificación del carbono. Lo ideal es ampliar los impuestos selectivos sobre combustibles (muy arraigados en la mayoría de los países, y uno de los impuestos más sencillos de administrar) de modo que incorporen los cargos sobre el carbono, y aplicar tarifas similares a otros productos derivados del petróleo, al carbón y al gas natural. Los ingresos recaudados pueden utilizarse para impulsar la economía, por ejemplo mediante una reducción de los impuestos sobre mano de obra y capital, que desalientan el esfuerzo de trabajo y la inversión, lo que a su vez ayuda a compensar el lastre que suponen para la economía unos precios de la energía más elevados.
Si los gobiernos optan por utilizar sistemas de comercio de emisiones, estos deberían diseñarse de modo que pareciesen impuestos, y subastar derechos de emisión para incrementar los ingresos, así como fijar precios mínimos y máximos. Un precio sólido y previsible para las emisiones es la señal fundamental para redirigir el cambio tecnológico hacia inversiones poco contaminantes. Si bien los compromisos de mitigación de París especifican en su mayoría objetivos de emisiones, tiene más sentido cumplir sus promedios a largo plazo (con precios previsibles) que cumplirlos de forma estricta un año tras otro (con precios imprevisibles). En el FMI estamos evaluando las distintas sendas de tarificación que los distintos países deberán seguir para conseguirlo.
Actualmente, unos 40 gobiernos nacionales y más de 20 gobiernos subnacionales han adoptado algún tipo de tarificación del carbono. Esto es sumamente positivo, pero aborda el problema solo de forma superficial. Estos programas abarcan aproximadamente el 12% de las emisiones mundiales (aunque dicha cifra se doblará cuando China tarifique las emisiones industriales, en 2017), normalmente con precios modestos (unos USD 10 por tonelada, o menos). Es necesario que los países hagan la transición a una mayor cobertura de las emisiones, a precios más acordes con sus compromisos de mitigación.
A medida que los sistemas de tarificación vayan multiplicándose a nivel nacional, llegará el punto en que cobre sentido que algunos países potencien dichos esfuerzos a través de la coordinación internacional. Una forma natural de hacerlo sería a través de acuerdos sobre un precio mínimo del carbono (análogos, por ejemplo, a los mínimos para los impuestos selectivos y los impuestos sobre el valor agregado en la Unión Europea). Estos pueden ofrecer cierta protección frente a los efectos de la competencia y permitir que países concretos, si lo desean, fijen precios superiores al precio mínimo.
Nuevas tecnologías
Las energías renovables y otras formas de "tecnología verde" son objeto de enorme interés por parte de los medios de comunicación. Los tecno-optimistas pregonan una nueva revolución industrial, y los gobiernos deben respaldar la innovación y el desarrollo de tecnologías más limpias. No obstante, para que puedan crearse y difundirse ampliamente estas nuevas tecnologías es necesario recompensar a las empresas que las adopten; esto es lo esencial. La forma más eficaz de hacerlo es dar con el precio correcto del carbono. A falta de dichos incentivos, confiar en los avances tecnológicos como solución al cambio climático es como confiar en que se produzca un milagro.
Para completar el éxito del Acuerdo de París debemos dar con los precios energéticos correctos y empezar a actuar ahora mismo.
Encontrará más información sobre la labor del FMI en materia de medio ambiente y energía aquí.